LA
CONFERENCIA DE BORGES SOBRE EL BUDISMO
Jorge
Luis Borges pronunció esta conferencia en 1977 en el Teatro Coliseo de Buenos
Aires:
1
Los
elementos del budismo se han conservado desde el siglo v antes de Cristo: es
decir, desde la época de Heráclito, de Pitágoras, de Zenón, hasta nuestro
tiempo.
2
La longevidad del budismo puede explicarse por la
tolerancia. Esa extraña tolerancia no corresponde, como en el caso de otras
religiones, a distintas épocas: el budismo siempre fue tolerante.
3
Un
buen budista puede ser luterano, o metodista, o presbiteriano, o calvinista, o
sintoísta, o taoísta, o católico, puede ser prosélito del Islam o de la
religión judía, con toda libertad. En cambio, no le está permitido a un
cristiano, a un judío, a un musulmán, ser budista.
4
El
budismo fue, ante todo, lo que podemos llamar un yoga. ¿Qué es la palabra yoga?
Es la misma palabra que usamos cuando decimos yugo y que tiene su origen en el
latín yugu.
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Creía,
y creo, que hace dos mil quinientos años hubo un príncipe del Nepal llamado Siddhartha
o Gautama que llegó a ser el Buddha, es decir, el Despierto, el Lúcido -a
diferencia de nosotros que estamos dormidos o que estamos soñando ese largo
sueño que es la vida -. Recuerdo una frase de Joyce: "La historia es una
pesadilla de la que quiero despertarme." Pues bien, Siddhartha, a la edad de
treinta años, llegó a despertarse y a ser el Buddha.
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Yo
no estoy seguro de ser cristiano y estoy seguro de no ser budista.
7
Uno
de los temas de meditación que tienen los monjes en los monasterios de la China
y el Japón, es dudar de la existencia del Buddha. Es una de las dudas que deben
imponerse para llegar a la verdad.
8
Las
otras religiones exigen mucho de nuestra credulidad. Si somos cristianos,
debemos creer que una de las tres personas de la Divinidad condescendió a ser
hombre y fue crucificado en Judea. Si somos musulmanes tenemos que creer que no
hay otro dios que Dios y que Muhammad es su apóstol. Podemos ser buenos
budistas y negar que el Buddha existió o, mejor dicho, podemos pensar, debemos
pensar que no es importante nuestra creencia en lo histórico: lo importante es
creer en la Doctrina.
9
Los
franceses se han dedicado con especial atención al estudio de la leyenda del
Buddha. Su argumento es éste: la biografía del Buddha es lo que le ocurrió a un
solo hombre en un breve periodo de tiempo. Puede haber sido de este modo o de
tal otro. En cambio, la leyenda del Buddha ha iluminado y sigue iluminando a
millones de hombres. La leyenda es la que ha inspirado tantas hermosas pinturas
esculturas y poemas. El budismo, además de ser una religión, es una mitología,
una cosmología, un sistema metafísico, o, mejor dicho, una serie de sistemas
metafísicos, que no se entienden y que discuten entre sí.
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Hay
una reina, Maya. Maya significa ilusión. La reina tiene un sueño que corre el
albur de parecernos extravagante pero no lo es para los hindúes. Casada con el
rey Suddhodana, soñó que un elefante blanco de seis colmillos, que erraba en
las montañas del oro, entró en su costado izquierdo sin causarle dolor. Se
despierta; el rey convoca a sus astrólogos y éstos le explican que la reina
dará a luz un hijo que podrá ser el emperador del mundo o que podrá ser el
Buddha: el Despierto, el Lúcido, el ser destinado a salvar a todos los hombres.
Previsiblemente, el rey elige el primer destino: quiere que su hijo sea el
emperador del mundo.
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Volvamos
al detalle del elefante blanco de seis colmillos. Oldemberg hace notar que el
elefante de la India es animal doméstico y cotidiano. El color blanco es
siempre símbolo de inocencia. ¿Por qué seis colmillos? Tenemos que recordar
(habrá que recurrir a la historia alguna vez) que el número seis, que para
nosotros es arbitrario y de algún modo incómodo (ya que preferimos el tres o el
siete), no lo es en la India, donde se cree que hay seis dimensiones en el
espacio: arriba, abajo, atrás, adelante, derecha, izquierda. Un elefante blanco
de seis colmillos no es extravagante para los hindúes.
12
El
rey convoca a los magos y la reina da a luz sin dolor. Una higuera inclina sus
ramas para ayudarla. El hijo nace de pie y al nacer da cuatro pasos: al Norte,
al Sur, al Este y al Oeste, y dice con voz de león: "Soy el incomparable;
éste será mi último nacimiento". Los hindúes creen en un número infinito
de nacimientos anteriores. El príncipe crece, es el mejor arquero, es el mejor
jinete, el mejor nadador, el mejor atleta, el mejor calígrafo, confuta a todos
los doctores (aquí podemos pensar en Cristo y los doctores). A los dieciséis
años se casa.
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El
padre sabe - los astrólogos se lo han dicho - que su hijo corre el peligro de
ser el Buddha, el hombre que salva a todos los demás si conoce cuatro hechos
que son: la vejez, la enfermedad, la muerte y el ascetismo. Recluye a su hijo
en un palacio, le suministra un harén, no diré la cifra de mujeres porque
corresponde a una exageración hindú evidente. Pero, por qué no decirlo: eran
ochenta y cuatro mil.
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El
príncipe vive una vida feliz; ignora que hay sufrimiento en el mundo, ya que le
ocultan la vejez, la enfermedad y la muerte. El día predestinado sale en su
carroza por una de las cuatro puertas del palacio rectangular. Digamos, por la
puerta del Norte. Recorre un trecho y ve un ser distinto de todos los que ha
visto. Está encorvado, arrugado, no tiene pelo. Apenas puede caminar,
apoyándose en un bastón. Pregunta quién es ese hombre, si es que es un hombre.
El cochero le contesta que es un anciano y que todos seremos ese hombre si
seguimos viviendo.
15
El
príncipe vuelve al palacio, perturbado. Al cabo de seis días vuelve a salir por
la puerta del Sur. Ve en una zanja a un hombre aún más extraño, con la blancura
de la lepra y el rostro demacrado. Pregunta quién es ese hombre, si es que es
un hombre. Es un enfermo, le contesta el cochero; todos seremos ese hombre si
seguimos viviendo. El príncipe, ya muy inquieto, vuelve al palacio. Seis días
más tarde sale nuevamente y ve a un hombre que parece dormido, pero cuyo color
no es el de esta vida. A ese hombre lo llevan otros. Pregunta quién es. El
cochero le dice que es un muerto y que todos seremos ese muerto si vivimos lo
suficiente.
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El
príncipe está desolado. Tres horribles verdades le han sido reveladas: la
verdad de la vejez, la verdad de la enfermedad, la verdad de la muerte. Sale
una cuarta vez. Ve a un hombre casi desnudo, cuyo rostro está lleno de
serenidad. Pregunta quién es. Le dicen que es un asceta, un hombre que ha
renunciado a todo y que ha logrado la beatitud.
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El
príncipe resuelve abandonar todo; él, que ha llevado una vida tan rica. El
budismo cree que el ascetismo puede convenir, pero después de haber probado la
vida. No se cree que nadie deba empezar negándose nada. Hay que apurar la vida
hasta las heces y luego desengañarse de ella; pero no sin conocimiento de ella.
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El
príncipe resuelve ser el Buddha. En ese momento le traen una noticia: su mujer,
Jasodhara, ha dado a luz un hijo. Exclama: "Un vínculo ha sido
forjado." Es el hijo que lo ata a la vida. Por eso le dan el nombre de
Vínculo. Siddhartha está en su harén, mira a esas mujeres que son jóvenes y
bellas y las ve ancianas horribles, leprosas. Va al aposento de su mujer. Está
durmiendo. Tiene al niño en los brazos. Está por besarla, pero comprende que si
la besa no podrá desprenderse de ella, y se va.
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Busca
maestros. Aquí tenemos una parte de la biografía que puede no ser legendaria.
¿Por qué mostrarlo discípulo de maestros que después abandonará? Los maestros
le enseñan el ascetismo, que él ejerce durante mucho tiempo. Al final está
tirado en medio del campo, su cuerpo está inmóvil y los dioses que lo ven desde
los treinta y tres cielos, piensan que ha muerto. Uno de ellos, el más sabio,
dice:
"No,
no ha muerto; será el Buddha". El príncipe se despierta, corre a un arroyo
que está cerca, toma un poco de alimento y se sienta bajo la higuera sagrada:
el árbol de la ley, podríamos decir.
Sigue
un entreacto mágico, que tiene su correspondencia con los Evangelios: es la
lucha con el demonio. El demonio se llama Mara.
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Ya
hemos visto esa palabra nightmare, demonio de la noche. El demonio siente que
domina el mundo pero que ahora corre peligro y sale de su palacio. Se han roto
las cuerdas de sus instrumentos de música, el agua se ha secado en las
cisternas. Apresta sus ejércitos, monota en el elefante que tiene no sé cuántas
millas de altura, multiplica sus brazos, multiplica sus armas y ataca al
príncipe. El príncipe está sentado al atardecer bajo el árbol del conocimiento,
ese árbol que ha nacido al mismo tiempo que él.
El
demonio y sus huestes de tigres, leones, camellos, elefantes y guerreros
monstruosos le arrojan flechas. Cuando llegan a él, son flores. Le arrojan
montañas de fuego, que forman un dosel sobre su cabeza. El príncipe medita
inmóvil, con los brazos cruzados. Quizá no sepa que lo están atacando. Piensa
en la vida; está llegando al nirvana, a la salvación. Antes de la caída del
sol, el demonio ha sido derrotado. Sigue una larga noche de meditación; al cabo
de esa noche, Siddhartha ya no es Siddhartha. Es el Buddha: ha llegado al
nirvana.
21
Resuelve
predicar la ley. Se levanta, ya se ha salvado, quiere salvar a los demás.
Predica su primer sermón en el Parque de las Gacelas de Benares. Luego otro
sermón, el del fuego, en el que dice que todo está ardiendo: almas, cuerpos,
cosas están en: fuego. Más o menos por aquella fecha, Heráclito de Éfeso decía
que todo es fuego.
22
Su
ley no es la del ascetismo, ya que para el Buddha el ascetismo es un error. El
hombre no debe abandonarse a la vida carnal porque la vida carnal es baja,
innoble, bochornosa y dolorosa; tampoco al ascetismo, que también es innoble y
doloroso. Predica una vía media -para seguir la terminología teológica -, ya ha
alcanzado el nirvana y vive cuarenta y tantos años, que dedica a la prédica.
Podría haber sido inmortal, pero elige el momento de su muerte, cuando ya tiene
muchos discípulos.
23Muere
en casa de un herrero. Sus discípulos lo rodean. Están desesperados. ¿Qué van a
hacer sin él? Les dice que él no existe, que es un hombre como ellos, tan
irreal y tan mortal como ellos, pero que les deja su Ley. Aquí tenemos una gran
diferencia con Cristo. Creo que Jesús les dice a sus discípulos que, si dos
están reunidos, él será el tercero. En cambio, el Buddha les dice: les dejo mi
Ley. Es decir, ha puesto en movimiento la rueda de la ley en el primer sermón.
Luego vendrá la historia del budismo. Son muchos los hechos: el lamaísmo, el
budismo mágico, el Mahayana o gran vehículo, que sigue al Hinavana o pequeño
vehículo, el budismo zen del Japón.
23
Yo
tengo para mí que, si hay dos budismos que se parecen, que son casi idénticos,
son el que predicó el Buddha y lo que se enseña ahora en la China y el Japón,
el budismo zen. Lo demás son incrustaciones mitológicas, fábulas. Algunas de
esas fábulas son interesantes. Se sabe que el Buddha podía ejercer milagros,
pero al igual que a Jesucristo, le desagradaban los milagros, le desagradaba
ejercerlos. Le parece una ostentación vulgar.
24
Hay una historia que contaré: la del bol de
sándalo.
Un
mercader, en una ciudad de la India, hace tallar un pedazo de sándalo en forma
de bol. Lo pone en lo alto de una serie de cañas de bambú, una especie de
altísimo palo enjabonado. Dice que dará el bol de sándalo a quien pueda
alcanzarlo. Hay maestros heréticos que lo intentan en vano. Quieren sobornar al
mercader para que diga que lo han alcanzado. El mercader se niega y llega un
discípulo menor del Buddha. Su nombre no se menciona, fuera de ese episodio.
El
discípulo se eleva por el aire, vuela seis veces alrededor del bol, lo recoge y
se lo entrega al mercader. Cuando el Buddha oye la historia lo hace expulsar de
la orden, por haber realizado algo tan baladí.
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Pero
también el Buddha hizo milagros. Por ejemplo, éste, un milagro de cortesía. El
Buddha tiene que atravesar un desierto a la hora del mediodía. Los dioses,
desde sus treinta y tres cielos, le arrojan una sombrilla cada uno. El Buddha,
que no quiere desairar a ninguno de los dioses, se multiplica en treinta y tres
Buddha, de modo que cada uno de los dioses ve, desde arriba, un Buddha
protegido por la sombrilla que le ha arrojado.
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Entre
los hechos del Buddha hay uno iluminativo: la parábola de la flecha. Un hombre
ha sido herido en batalla y no quiere que le saquen la flecha. Antes quiere
saber el nombre del arquero, a qué casta pertenecía, el material de la flecha,
en qué lugar estaba el arquero, qué longitud tiene la flecha. Mientras están
discutiendo estas cuestiones, se muere. "En cambio -dice el Buddha-, yo
enseño a arrancar la flecha." ¿Qué es la flecha? Es el universo. La flecha
es la idea del yo, de todo lo que llevamos clavado. El Buddha dice que no
debemos perder tiempo en cuestiones inútiles. Por ejemplo: ¿es finito o
infinito el universo? ¿El Buddha vivirá después del nirvana o no? Todo eso es
inútil, lo importante es que nos arranquemos la flecha.
27
Dice
el Buddha: "Así como el vasto océano tiene un solo sabor, el sabor de la
sal, el sabor de la leyes el sabor de la salvación". La ley que él enseña
es vasta como el mar, pero tiene un solo sabor: el sabor de la salvación. Desde
luego, los continuadores se han perdido (o han encontrado tal vez mucho) en
disquisiciones metafísicas. El fin del budismo no es ése. Un budista puede
profesar cualquier religión, siempre que siga esa ley. Lo que importa es la
salvación y las cuatro nobles verdades: el sufrimiento, el origen del
sufrimiento, la curación del sufrimiento y el medio para llegar a la curación.
Al final está el nirvana. El orden de las verdades no importa. Se ha dicho que
corresponden a una antigua tradición médica en que se trata del mal, del
diagnóstico, del tratamiento y de la cura. La cura, en este caso, es el
nirvana.
28
Ahora
llegamos a lo difícil. A lo que nuestras mentes occidentales tienden a
rechazar. La transmigración, que para nosotros es un concepto ante todo
poético. Lo que transmigra no es el alma, porque el budismo niega la existencia
del alma, sino el karma, que es una suerte de organismo mental, que transmigra
infinitas veces. En el Occidente esa idea está vinculada a varios pensadores,
sobre todo a Pitágoras. Pitágoras reconoció el escudo con el que se había
batido en la guerra de Troya, cuando él tenía otro nombre. En el décimo libro
de La República de Platón está el sueño de Er. Ese soldado ve las almas que antes
de beber en el rio del Olvido, eligen su destino. Agamenón elige ser un águila,
Orfeo un cisne y Ulises -que alguna vez se llamó Nadie- elige ser el más
modesto y el más desconocido de los hombres.
29
Hay
un pasaje de Empédocles de Agrigento que recuerda sus vidas anteriores:
"Yo fui doncella, yo fui una rama, yo fui un ciervo y fui un mudo pez que
surge del mar." César atribuye esa doctrina a los druidas. El poeta celta
Taliesi dice que no hay una forma en el universo que no haya sido la suya:
"He sido un jefe en la batalla, he sido una espada en la mano, he sido un
puente que atraviesa sesenta ríos, estuve hechizado en la espuma del agua, he
sido una estrella, he sido una luz, he sido un árbol, he sido una palabra en un
libro, he sido un libro en el principio." Hay un poema de Rubén Darío, tal
vez el más hermoso de los suyos, que empieza así: "Yo fui un soldado que
durmió en el lecho / de Cleopatra la reina..." La transmigración ha sido
un gran tema de la literatura. La encontramos, también entre los místicos.
Plotino dice que pasar de una vida a otra es como dormir en distintos lechos y
en distintas habitaciones. Creo que todos hemos tenido alguna vez la sensación
de haber vivido un momento parecido en vidas anteriores. En un hermoso poema de
Dante Gabriel Rossetti, "Sudden light", se lee, I have been here
before, "Yo estuve aquí". Se dirige a una mujer que ha poseído o que
va a poseer y le dice: "Tú ya has sido mía y has sido mía un número
infinito de veces y seguirás siendo mía infinitamente." Esto nos lleva a
la doctrina de los ciclos, que está tan cerca del budismo, y que San Agustín
refutó en La Ciudad de Dios.
30
Porque
a los estoicos y a los pitagóricos les había llegado la noticia de la doctrina
hindú: que el universo consta de un número infinito de ciclos que se miden por
calpas. La calpa trasciende la imaginación de los hombres. Imaginemos una pared
de hierro. Tiene dieciséis millas de alto y cada seiscientos años un ángel la
roza. La roza con una tela finísima de Benares. Cuando la tela haya gastado la
muralla que tiene dieciséis millas de alto, habrá pasado el primer día de una
de las calpas y los dioses también duran lo que duran las calpas y después
mueren.
31
La
historia del universo está dividida en ciclos y en esos ciclos hay largos
eclipses en los que no hay nada o en los que sólo quedan las palabras del Veda.
Esas palabras son arquetipos que sirven para crear las cosas. La divinidad
Brahma muere también y renace. Hay un momento bastante patético en el que
Brahma se encuentra en su palacio. Ha renacido después de una de esas calpas,
después de uno de esos eclipses. Recorre las habitaciones, que están vacías.
Piensa en otros dioses. Los otros dioses surgen a su mandato; y creen que el
Brahma los ha creado porque estaban ahí antes.
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Detengámonos
en esta visión de la historia del universo. En el budismo no hay un Dios; o
puede haber un Dios, pero no es lo esencial. Lo esencial es que creamos que
nuestro destino ha sido prefijado por nuestro karma o karman. Si me ha tocado
nacer en Buenos Aires en 1899, si me ha tocado ser ciego, si me ha tocado estar
pronunciando esta noche esta conferencia ante ustedes, todo esto es obra de mi
vida anterior. No hay un solo hecho de mi vida que no haya sido prefijado por
mi vida anterior. Eso es lo que se llama el karma. El karma, ya lo he dicho,
viene a ser una estructura mental, una finísima estructura mental.
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Estamos
tejiendo y entretejiendo en cada momento de nuestra vida. Es que tejen, no sólo
nuestras voliciones, nuestros actos, nuestros semisueños, nuestro dormir,
nuestra semivigilia: perpetuamente estamos tejiendo esa cosa. Cuando morimos,
nace otro ser que hereda nuestro karma.
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Deussen,
discípulo de Schopenhauer, que quiso tanto al budismo, cuenta que se encontró
en la India con un mendigo ciego y se compadeció de él. El mendigo le dijo:
"Si yo he nacido ciego, ello se debe a las culpas cometidas en mi vida
anterior; es justo que yo sea ciego".
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La
gente acepta el dolor. Gandhi se opone a la fundación de hospitales diciendo
que los hospitales y las obras de beneficencia simplemente atrasan el pago de
una deuda, que no hay que ayudar a los demás: si los demás sufren deben sufrir
puesto que es una culpa que tienen que pagar y si yo los ayudo estoy demorando
que paguen esa deuda, El karma es una ley cruel, pero tiene una curiosa
consecuencia matemática: si mi vida actual está determinada por mi vida
anterior, esa vida anterior estuvo determinada por otra; y ésa, por otra, y así
sin fin. Es decir: la letra z estuvo determinada por la y, la y por la x, la x
por la v, la v por la u, salvo que ese alfabeto tiene fin, pero no tiene
principio. Los budistas y los hindúes, en general, creen en un infinito actual;
creen que para llegar a este momento ha pasado ya un tiempo infinito, y al
decir infinito no quiero decir indefinido, innumerable, quiero decir
estrictamente infinito.
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De
los seis destinos que están permitidos a los hombres (alguien puede ser un
demonio, puede ser una planta, puede ser un animal), el más difícil es el de
ser hombre, y debemos aprovecharlo para salvarnos.
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El
Buddha imagina en el fondo del mar una tortuga y una ajorca que flota. Cada
seiscientos años, la tortuga saca la cabeza y sería muy raro que la cabeza
calzara en la ajorca. Pues bien, dice el Buddha, "tan raro como el hecho
de que suceda eso con la tortuga y la ajorca es el hecho de que seamos hombres.
Debemos aprovechar el ser hombres para llegar al nirvana".
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¿Cuál
es la causa del sufrimiento, la causa de la vida, ya que negamos el concepto de
un Dios, ya que no hay un dios personal que cree el universo? Ese concepto es
lo que Buddha llama la zen. La palabra zen puede parecernos extraña, pero vamos
a compararla con otras palabras que conocemos.
Pensemos
por ejemplo en la Voluntad de Schopenhauer. Schopenhauer concibe Die Welt als
Wille und Vorstellung, El mundo como voluntad y representación. Hay una
voluntad que se encarna en cada uno de nosotros y produce esa representación
que es el mundo.
Eso
lo encontramos en otros filósofos con un nombre distinto. Bergson habla del
élan vital, del ímpetu vital; Bernard Shaw, de the life force, la fuerza vital,
que es lo mismo. Pero hay una diferencia: para Bergson y para Shaw el élan
vital son fuerzas que deben imponerse, debemos seguir soñando el mundo, creando
el mundo. Para Schopenhauer, para el sombrío Schopenhauer, y para el Buddha, el
mundo es un sueño, debemos dejar de soñarlo y podemos llegar a ello mediante
largos ejercicios. Tenemos al principio el sufrimiento, que viene a ser la zen.
Y la zen produce la vida y la vida es, forzosamente, desdicha; ya que ¿qué es
vivir? Vivir es nacer, envejecer, enfermarse, morir, además de otros males,
entre ellos uno muy patético, que para el Buddha es uno de los más patéticos: no
estar con quienes queremos.
39
Tenemos
que renunciar a la pasión. El suicidio no sirve porque es acto apasionado. El
hombre que se suicida está siempre en el mundo de los sueños. Debemos llegar a
comprender que el mundo es una aparición, un sueño, que la vida es sueño. Pero
eso debemos sentirlo profundamente, llegar a ello a través de los ejercicios de
meditación.
40
En
los monasterios budistas uno de los ejercicios es éste: el neófito tiene que
vivir cada momento de su vida viviéndolo plenamente. Debe pensar: "ahora
es el mediodía, ahora estoy atravesando el patio, ahora me encontraré con el
superior", y al mismo tiempo debe pensar que el mediodía, el patio y el
superior son irreales, son tan irreales como él y como sus pensamientos. Porque
el budismo niega el yo.
Una
de las desilusiones capitales es la del yo. El budismo concuerda así con Hume,
con Schopenhauer y con nuestro Macedonia Fernández. No hay un sujeto, lo que
hay es una serie de estados mentales. Si digo "yo pienso", estoy
incurriendo en un error, porque supongo un sujeto constante y luego una obra de
ese sujeto, que es el pensamiento. No es así. Habría que decir, apunta Hume, no
"yo pienso", sino "se piensa", como se dice
"llueve". Al decir llueve, no pensamos que la lluvia ejerce una
acción; no, está sucediendo algo. De igual modo, como se dice hace calor, hace
frío, llueve, debemos decir: se piensa, se sufre, y evitar el sujeto.
41
En
los monasterios budistas los neófitos son sometidos a una disciplina muy dura.
Pueden abandonar el monasterio en el momento que quieran. Ni siquiera -me dice
María Kodama - se anotan los nombres. El neófito entra en el monasterio y lo
someten a trabajos muy duros. Duerme y al cabo de un cuarto de hora lo
despiertan; tiene que lavar, tiene que barrer; si se duerme lo castigan
físicamente. Así, tiene que pensar todo el tiempo, no en sus culpas, sino en la
irrealidad de todo. Tiene que hacer un continuo ejercicio de irrealidad.
42
Llegamos
ahora al budismo zen y a Bodhidharma. Bodhidharma fue el primer misionero, en
el siglo VI. Bodhidharma se traslada de la India a la China y se encuentra con
un emperador que había fomentado el budismo y le enumera monasterios y
santuarios y le informa del número de neófitos budistas. Bodhidharma le dice:
'Todo eso pertenece al mundo de la ilusión; los monasterios y los monjes son
tan irreales como tú y como yo." Después se va a meditar y se sienta
contra una pared.
43
La
doctrina llega al Japón y se ramifica en diversas sectas. La más famosa es la
zen. En la zen se ha descubierto un procedimiento para llegar a la iluminación.
Sólo sirve después de años de meditación. Se llega bruscamente; no se trata de
una serie de silogismos. Uno debe
intuir
de pronto la verdad. El procedimiento se llama satori y consiste en un hecho
brusco, que está más allá de la lógica.
Nosotros
pensamos siempre en términos de sujeto, objeto, causa, efecto, lógico, ilógico,
algo y su contrario; tenemos que rebasar esas categorías. Según los doctores de
la zen, llegar a la verdad por una intuición brusca, mediante una respuesta
ilógica. El neófito pregunta al maestro qué es el Buddha. El maestro le
responde: "El ciprés es el huerto." Una contestación del todo ilógica
que puede despertar la verdad. El neófito pregunta por qué Bodhidharma vino del
Oeste. El maestro puede responder: "Tres libras de lino." Estas
palabras no encierran un sentido alegórico; son una respuesta disparatada para
despertar, de pronto, la intuición. Puede ser un golpe, también. El discípulo
puede preguntar algo y el maestro puede contestar con un golpe. Hay una
historia -desde luego tiene que ser legendaria- sobre Bodhidharma.
A
Bodhidharma lo acompañaba un discípulo que le hacía preguntas y Bodhidharma
nunca contestaba. El discípulo trataba de meditar y al cabo de un tiempo se
cortó el brazo izquierdo y se presentó ante el maestro como una prueba de que
quería ser su discípulo. Como una prueba de su intención se mutiló
deliberadamente. El maestro, sin fijarse en el hecho, que al fin de todo era un
hecho físico, un hecho ilusorio, le dijo: "¿Qué quieres?" El
discípulo le respondió:
"He
estado buscando mi mente durante mucho tiempo y no la he encontrado." El
maestro resumió: "No la has encontrado porque no existe." En ese
momento el discípulo comprendió la verdad, comprendió que no existe el yo,
comprendió que todo es irreal. Aquí tenemos, más o menos, lo esencial del
budismo zen.
44
Es
muy difícil exponer una religión, sobre todo una religión que uno no profesa.
Creo que lo importante no es que vivamos el budismo como un juego de leyendas,
sino como una disciplina; una disciplina que está a nuestro alcance y que no
exige de nosotros el ascetismo. Tampoco nos permite abandonarnos a las
licencias de la vida carnal. Lo que nos pide es la meditación, una meditación
que no tiene que ser sobre nuestras culpas, sobre nuestra vida pasada.
Uno
de los temas de meditación del budismo zen es pensar que nuestra vida pasada
fue ilusoria. Si yo fuera un monje budista pensaría en este momento que he
empezado a vivir ahora, que toda la vida anterior de Borges fue un sueño, que
toda la historia universal fue un sueño. Mediante ejercicios de orden
intelectual nos iremos liberando de la zen. Una vez que comprendamos que el yo
no existe, no pensaremos que el yo puede ser feliz o que nuestro deber es
hacerlo feliz.
Llegaremos
a un estado de calma. Eso no quiere decir que el nirvana equivalga a la
sensación del pensamiento y una prueba de ello estaría en la leyenda del
Buddha. El Buddha, bajo la higuera sagrada, llega al nirvana, y, sin embargo,
sigue viviendo y predicando la ley durante muchos años.
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¿Qué
significa llegar al nirvana? Simplemente, que nuestros actos ya no arrojan
sombras. Mientras estamos en este mundo estamos sujetos al karma. Cada uno de
nuestros actos entreteje esa estructura mental que se llama karma. Cuando hemos
llegado al nirvana nuestros actos ya no proyectan sombras, estamos libres. San
Agustín dijo que cuando estamos salvados no tenemos por qué pensar en el malo
en el bien. Seguiremos obrando el bien, sin pensar en ello.
¿Qué
es el nirvana? Buena parte de la atención que ha suscitado el budismo en el
Occidente se debe a esta hermosa palabra. Parece imposible que la palabra
nirvana no encierre algo precioso. ¿Qué es el nirvana, literalmente? Es
extinción, apagamiento. Se ha conjeturado que cuando alguien alcanza el
nirvana, se apaga. Pero cuando muere, hay gran nirvana, y entonces, la
extinción. Contrariamente, un orientalista austriaco hace notar que el Buddha
usaba la física de su época, y la idea de la extinción no era entonces la misma
que ahora: porque se pensaba que una llama, al apagarse, no desaparecía.
Se
pensaba que la llama seguía viviendo, que perduraba en otro estado, y decir
nirvana no significaba forzosamente la extinción. Puede significar que seguimos
de otro modo. De un modo inconcebible para nosotros. En general, las metáforas
de los místicos son metáforas nunciales, pero las de los budistas son
distintas. Cuando se habla del nirvana no se habla del vino del nirvana o de la
rosa del nirvana o del abrazo del nirvana. Se lo compara, más bien, con una
isla. Con una isla firme en medio de las tormentas. Se lo compara con una alta
torre; puede comparárselo con un jardín, también. Es algo que existe por su
cuenta, más allá de nosotros.
Lo
que he dicho hoy es fragmentario. Hubiera sido absurdo que yo expusiera una
doctrina a la cual he dedicado tantos años -y de la que he entendido poco,
realmente - con ánimo de mostrar una pieza de museo. Para mí el budismo no es
una pieza de museo: es un camino de salvación. No para mí, pero para millones
de hombres. Es la religión más difundida del mundo y creo haberla tratado con
todo respeto, al exponerla esta noche.